Altos de Chavón se convirtió, por una noche, en la Ciudad de Furia, donde desaforados fanáticos, desde pibes que no superaban la decena de edad, hasta veteranos que asistieron a la gira del 97.
Ahí toca situarse, en los fanáticos, particularmente en un argentino, un estadounidense y un dominicano que arengaron de principio a final y se llevaron hasta la ovación del público.
Las cosas como son: las personas del Front Stage tardaron en dar la talla en el concierto. Recién cuando comenzó a sonar Disco Eterno (la tercera canción) se pudo ver a uno que otro pibe parado cabeceando mientras los adultos bien emperifollados se mantenían sentados con un cóctel en mano.
Pero ahí estaban los tres fanáticos, los tres mosqueteros, que dieron rienda libre a su fanatismo y se colocaron a solo unos metros de la banda.
El argentino y el estadounidense fueron los primeros: Solo bastó escuchar los acordes de Hombre al Agua (segunda canción) para que la energía que transmite Soda los levantara de sus asientos y los colocara frente a las vallas metálicas.
Pasó Disco Eterno, pasó El Rito (tercera y cuarta) y cuando salió al escenario Rubén Albarrán para tocar Lo que sangra (La cúpula), no transcurrió ni un minuto y una camiseta negra salió volando al lado del argentino y el éxtasis del dominicano, el tercer mosquetero, se hizo presente.
La conexión y energía que transmitían los tres fue tal que hubo una curiosa química con Zeta, que en algún pasaje de cada canción se acercaba a la zona donde estaban para deleitarlos con su melódico bajo, guiñarles el ojo, o hacerles algún signo.
De ahí en más el resto es historia, el argentino saltaba y arengaba, el estadounidense cantaba cada canción sin equivocarse y el dominicano, bueno, era parte fundamental del espectáculo mientras incitaba al público emperifollado a pararse y disfrutar de la magia de Soda Stereo.
Cada canción era una recarga de energía, era una conexión nostálgica entre los clips de las décadas de los 80 y 90 que tría recuerdos a los veteranos con varios conciertos a sus espaldas, en este caso el dominicano y estadounidense, y entre ellos un pibe argentino que recién a sus 26 años y lejos de su país presenciaba en vivo a sus ídolos.
Música Ligera, indudablemente la canción de cierre, hizo lo que debía y viene haciendo en cada presentación en vivo: Alzar a todo el público, hacerlos cantar a todo pulmón y al concluir, Cerati en cielo y los mortales en la tierra, gritar “GRACIAS TOTALES”.