Jonathan D’oleo Puig
Santo Domingo, RD
En el siglo XXI la República Dominicana y todo el Caribe, así como Centro y Suramérica, tenemos el reto de ir del crecimiento al desarrollo. En lo que atañe a la República Dominicana particularmente, a través de los últimos veinticinco años, nuestra economía se ha quintuplicado. Sin embargo, las ganancias económicas que hemos experimentado no han sido significativamente encauzadas hacia la creación de competencias para convertir a nuestro país en una nación desarrollada. Esto se debe a que nos hemos enfocado en aumentar la producción y no le hemos puesto suficiente atención a aumentar nuestra capacidad de producción. En otras palabras, nos hemos concentrado en explotar recursos existentes a expensas de madurar nuestro potencial para innovar e integrar nuestras dotaciones de recursos naturales con infraestructuras intelectuales e industriales a lo interno de nuestras economías nacionales.
Evidentemente ese patrón no es nuevo en la historia de nuestra región. Desde el descubrimiento de nuestra parte del continente en el siglo XV nuestras economías se construyeron sobre la base de sistemas extractivos. Es decir, sobre la base – principalmente – de la extracción de una riqueza pre-existente (oro, plata, petróleo), no de la creación o generación de valores agregados a partir de procesos que incrementaran la utilidad de nuestros productos primarios (conocimiento, investigación y desarrollo). Por esa razón, tradicionalmente nuestros países han exportado la materia prima para después importarla transformada en productos con un alto grado de valor agregado aportado por entes foráneos que de por sí no tienen en su haber las condiciones de producir el insumo del cual salen dichos productos. Suiza, por ejemplo, produce el mejor chocolate del mundo, mas su tierra no pare ni una onza de cacao. Bajo esa estructura de intercambio, nuestros países, en sentido general, exportan azúcar e importan caramelo; exportan hierro e importan acero; exportan piel e importan zapatos. Hacemos lo propio con el cacao y el oro al tiempo que importamos chocolate y prendas de oro. Ese, de más está decir, no es el mejor negocio pues la mejor tajada del bizcocho se la come el que transforma la materia prima, no el que simplemente la extrae y la comercializa sin convertirla en bienes que representen una mayor utilidad para el consumidor final.
Para entender la magnitud de los beneficios que la República Dominicana y nuestros vecinos no estamos percibiendo a raíz de esto, consideremos lo que en las ciencias económicas llamamos “la elasticidad ingreso de la demanda”. Esta mide en qué grado cambia la demanda de determinado producto en función del ingreso que devenga el consumidor. Por ejemplo, si el ingreso mensual del consumidor aumenta de US$1,500 a US$3,000, su demanda de azúcar no va a aumentar significativamente en relación a la cantidad que consumía cuando su ingreso era de solo US$1,500 al mes. Tampoco va a aumentar significativamente su consumo de arroz, banano, cebolla y ajo. Lo que sí aumentaría significativamente sería su demanda de productos con un mayor grado de valor agregado. Productos como chocolate de primera; suplementos vitamínicos a base de cebolla y de ajo; un nuevo teléfono celular, una nueva PC; más salidas a restaurantes. En fin, como resultado de un aumento significativo en el ingreso, el consumidor aumenta significativamente su demanda de productos de valor agregado, no así el de productos primarios. Eso quiere decir, nada más y nada menos, que los que participan del aumento de la riqueza del planeta Tierra son los países que producen bienes con un grado importante de valor agregado, no aquellos que simplemente extraen y venden productos en su estado primario o con muy poco valor agregado.
Ahora, para entender no solo los beneficios que estamos dejando de percibir, sino también los sacrificios que, en efecto, estamos haciendo merced del sistema extractivo que impera en nuestros pueblos consideremos lo que en comercio internacional se denomina “términos de intercambio”. Esto se refiere, simplemente, al precio de las exportaciones (numerador) sobre el precio de las importaciones (denominador). Si las exportaciones de un país son principalmente de productos primarios mientras que sus importaciones son, en su gran mayoría, de productos de valor agregado – como es el caso de la República Dominicana – los términos de intercambio serán, naturalmente, desfavorables. Esto por el hecho de que los precios de las importaciones superan – por mucho – el de las exportaciones y, por consiguiente, el país siempre tendrá que aumentar lo que vende solo para mantener el volumen de los productos que compra.
Finalmente, en el caso particular de la República Dominicana, consideremos la tasa de cambio la cual está determinada – sí – por el mercado, pero con amortiguadores y ajustadores financiados por el erario en beneficio no de los productores nacionales, sino de los importadores. Esto en virtud de que dichos ajustadores y amortiguadores hacen que el peso dominicano luzca más fuerte frente al dólar. ¿Y cómo afecta eso a los productores nacionales al tiempo que beneficia a los importadores? Por un lado, afecta a los exportadores en el sentido de que un incremento sintético – no orgánico – en el poder adquisitivo del peso dominicano hace que el producto dominicano sea más caro tanto en el mercado local como en el internacional. Esto, naturalmente, afecta la competitividad del producto de origen nacional. Por otro lado, los mencionados mecanismos benefician a los importadores porque hacen que el producto importado sea artificialmente más barato. Esto, a su vez, los hace más competitivos frente a los productos nacionales en el mercado local. También cabe señalar que los miles de millones de dólares que recibe República Dominicana anualmente en remesas le dan una fuerza adicional de carácter artificial al peso dominicano, lo que erosiona aún más la competitividad del exportador. ¿Por qué es de carácter artificial esa fuerza adicional que recibe la moneda nacional gracias a las remesas? Simplemente porque las remesas son transferencias unilaterales de moneda extranjera que no traen emparejadas consigo un intercambio comercial como el que sucede en una transacción normal donde al desembolso de dinero se hace en virtud de la compra de un producto o servicio en específico.
Habiendo puntualizado estos factores que ponen de relieve las debilidades del sistema que impera en Latinoamérica en lo que respecta a incentivar la expansión de la capacidad productiva de sus países, es preciso que reestructuremos el mismo. Necesitamos, de hecho, reestructurarlo concomitantemente de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba. Sustituyendo la cultura de la mera extracción enfocada en la materia (producción) por una de creación de valor enfocada en el ser humano y en las ideas (capacidad de producción) podemos impulsar la industria dominicana y latinoamericana hacia el nivel de calidad, moralidad y humanidad que los tiempos demandan. En ese sentido aplaudo los esfuerzos de los organizadores del Expo Provisiones 2022 quienes han abrazo ese espíritu de innovación y reestructuración bajo el lema “El comercio: catalizador de la industria dominicana”. Apoyemos esa visión comercial dándonos cita en la feria que están preparando estos empresarios para todo el público este próximo mes de junio en Sambil. En la misma un servidor estará compartiendo más sobre las ideas esbozadas en este artículo en nuestra conferencia titulada “De la extracción a la creación de valor: cómo transformar a RD con el debido rigor”. Allá nos vemos con el favor de Dios.